Anne Hamilton-Byrne era una mujer guapa y carismática, pero también psicótica e increíblemente peligrosa. Convencida de que era la reencarnación de Jesucristo, Hamilton-Byrne lideró una secta apocalíptica que se instaló en Melbourne entre los años 1960 y 1990. Junto a su marido Bill, adoptó numerosos niños, muchos de ellos a través de engaños a sus padres o a través de familiares de otros miembros de la secta, y decidió criarlos como hijos suyos. Aislados del mundo, uniformados y con el pelo teñido de rubio, los niños fueron tratados con LSD para influir en su comportamiento. Tras conocerse el escándalo, fueron rescatados en una redada en 1987, pero su pesadilla sólo acababa de empezar, no sólo por los traumas que les dejó la secta, sino por el trato que recibieron de una sociedad conservadora que los veía como cómplices del culto.